El pensamiento de los profesores
orienta y dirige, aunque no de manera exclusiva, su práctica profesional.
Esta relación, sin embargo, no es lineal, ya que entre el pensamiento y la
conducta existe un cierto grado de indeterminación que escapa, por ahora, al
análisis científico (Pérez Gómez, 1984). Dicho pensamiento se organiza en a esquemas de conocimiento (Anderson,
1984 y Shavelson, 1986) que abarcan tanto el campo de las creencias y teorías personales, como el de las estrategias y procedimientos para
la planificación, intervención y evaluación de la enseñanza.
Los esquemas suelen tener con
frecuencia un carácter tácito (Polanyi, 1967), de tal manera que el profesor
actúa guiado por ellos, pero sin analizarlos y construirlos conscientemente.
Esto explica, en parte, que a veces puedan presentar contradicciones de tipo
externo (entre los esquemas y la conducta) o interno (de los esquemas entre
sí). Por ejemplo, parece bastante frecuente que los profesores noveles y los
estudiantes de profesores en prácticas, debido al impacto que reciben en sus
primeras experiencias educativas, tengan conflictos entre sus creencias pedagógicas conscientes y
las que proceden de su práctica en el aula (Porlán, 1988).
Los esquemas de conocimiento suelen
representarse, en el lenguaje y en la mente del profesor, a través de imágenes,
metáforas, principios prácticos, reglas y hábitos (Bromme, 1983).
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